martes, 1 de febrero de 2011

Judías verdes con patatas


No me gustan las judías verdes. No puedo con ellas a pesar de haberlo intentado a lo largo de mi vida, obligado en la infancia, incentivado luego por consejos nutritivos bienintencionados, o ahora, con la determinación de asumir una educación paternal para intentar dar ejemplo a Andrés porque claro, hay que comer de todo. Pues no, me horrorizan, es una cosa así como con los guisantes, fobias inexplicables con un origen ancestral que se me pierde en la memoria. En el internado ni las tocaba, la bandeja pasaba de un lado para otro, y algún compañero, sabedor de mi sufrimiento, me cedía su gajo de huevo cocido (uno por cada comensal) y conseguía, con la condescendencia de los demás una pequeña porción extra de patata cocida, mínima eh?, que algunos no perdonaban los caprichos o los remilgos.

Si subo esta receta ahora es por que hace poco me he acordado de Ana. 15-16 años, cabello castaño, muy liso, larga melena desplegada por la espalda, anchas caderas, cara redonda y simétrica, nariz pequeña, incisivos un poco grandes, sí, tipo paleta, pero cuando un amigo la vio y dijo que parecía una conejita por poco le parto la cara. A mí me gustaba Ana. Luego estaba su amiga Soledad, regordeta, morena con el pelo ondulado sin llegar a los hombros, pechos generosos, muy graciosa y extrovertida. Yo le gustaba a Soledad.

Una vez nos invitaron a comer a sus casas respectivas, un sábado, sin padres en el horizonte. Yo tenía claro con quién quería comer, el día anterior entre tontería y tontería no hice más que insinuarme con Ana, dando conversación a tope, exprimiéndome el ingenio para sacarle una sonrisa, chorradas a tutiplén, encantador ya sabéis, viéndolo ahora, como el baile de un urogallo en pleno cortejo, un ridículo espantoso. Quedamos al día siguiente cuatro del colegio en el sitio convenido, allí como un clavo, hasta que llegaron ellas dos. Y llegó el momento del reparto. Soledad tenía de menú filetes empanados (ohhh!, dijimos los cuatro). Ana, judías verdes (bufff!, dije yo). Ya sabéis lo que me gustan los filetes empanados, puedo comerme kilos de filetes empanados, en el colegio no eran habituales, no se veían, los filetes digo, y menos empanados, de hecho lo único empanado eran unas lonchas de jamón de york cuadradas, así que rápidamente la cabeza empezó a funcionar, había que anticiparse, adelantarse a esos tres famélicos que empezaban a babear, buscarse el sitio, era el momento de ser racional y consecuente, así que en cuestión de segundos abrí la boca, como de esas veces que te vienen antes las palabras que el pensamiento, y oí una voz, que no era la mía, pero que me salía de dentro, como poseído por algo que me dominaba, y me escuché decir: A mi me encantan las Judías Verdes.

Seré breve, lo pasé fatal, me salvó, creo, la mayonesa, vacié el tarro, embadurné aquel plato de judías hasta que no se veía una pizca de verde. Me comí aquel engrudo lo más rápido posible y hasta donde el estómago y las circunstancias me fueron favorables. A Ana no se le pasó por alto el gesto, aún hoy no se si sus palabras eran de sorpresa, admiración o tenían un matiz irónico, parece que te gusta mucho la mayonesa, dijo. Estoicamente aguanté la indigestión, incluso intenté, en un alarde de saber estar, ayudarle con los platos, pero me tuve que volver a sentar porque sentía, os lo juro, como si unos hilillos de ese mejunje amarillo me saliesen por las orejas. Y como repetía chicos, aquello duró días. Se acabó la tarde para mí, el urogallo sin plumas, quizás alguna mirada perdida pero ahogada en esa salsa de huevo y aceite, de bote aún encima.

El esfuerzo, el sacrificio, no sirvió de nada, Ana empezó a salir con un estirado de los Salesianos, pelo corto con raya longitudinal trazada con regla, jersey de pico y zapatos castellanos. Adonde iba yo con mi melena sin peinar, mi chaqueta verde de lana de punto gordo (made in La Rabana) y mis zapatillas marrones adidas desgastadas. Soledad nunca me perdonó el desaire.

Podéis pensar en la candidez de la adolescencia, el esplendor en la hierba y toda esa carallada, pero ahora que cada uno saque su moraleja, yo os pongo la receta sin más….


Ingredientes:

Judías verdes (según comensales)
Patatas
½ cebolla pequeña
½ zanahoria
Ajo
Salsa de tomate
Aceite
Sal
Mayonesa (para los enamorados)

Se limpian y se lavan las judías. Por lo que yo recuerdo este proceso es largo, laborioso y pesado, cortar las puntitas y sacar los hilos de los costados por lo que recomiendo comprar un tarrito de esos del super. Se cuecen en una olla de agua hirviendo y sal (para un kilo unos 12 minutos). Luego añadir la cebolla y la zanahoria (picaditas). Cuando están casi cocidas echar las patatas (peladas eh!) en trozos. Una vez cocido todo se acompañan con lo que queráis, aceite, salsa de tomate o la famosa mayonesa. Y que os cunda! que yo no pienso probarlas.